Pero no solo bailaba; Otero fue también una de las más famosas y cotizadas cortesanas de la alta sociedad parisina. Fue amante, entre otros, de Alberto de Mónaco, del káiser Guillermo de Alemania, Nicolás II de Rusia, Leopoldo II de Bélgica, Alfonso XIII de España,
Eduardo VII de Inglaterra y Aristide Briand, un importante político francés considerado uno de los precursores de la unión europea. De todos obtuvo joyas y regalos maravillosos. Algunos importantes hombres de negocios se arruinaron por su culpa y otros se suicidaron enloquecidos de pasión y de celos, pero ninguno consiguió arrancarla del que fue su verdadero gran amor: el juego. Dilapidó su inmensa fortuna entre los numerosos casinos que tuvo siempre a su alcance, y muy especialmente en el que fue su verdadera perdición, el de Montecarlo.